Anécdota de las Invasiones Inglesas
 Volver a Lecturas

Con esta referencia concluiré esta breve historia de la localidad de City Bell y habré de utilizar para el recuerdo un rarísimo documento - por completo desconocido entre nosotras - el diario de un oficial que integró la expedición del Brigadier General Crawfurd. Titúlase el documento: "Diario de la expedición secreta que salió de Portsmouth el 12 de noviembre de 1806, con una narración de las operaciones del ejército después de la llegada al Río de la Plata, cuando tomó el mando el General Whitelocke, hasta la vuelta de las tropas a Inglaterra".

En el capítulo 1ro del libro 2do, se habla del desembarco en la Ensenada de Barragán, y allí se cuenta que la flota, la noche anterior al desembarco, había anclado a unas tres leguas de la costa.

Dice así el oficial:
"El domingo 28 (de junio de 1807) por la mañana temprano, hicimos vela y nos aproximamos más a la costa. La aparición del alba no fue de ninguna manera propicia, reinando una espesa niebla o cerrazón que oscurecía todo, pero tan pronto como el sol hizo sentir sus efectos, se despejó y el día resultó lo más favorable. La primera división formada por tropas ligeras al mando del General Crawfurd, junto con los Regimientos 38 y 37, desembarcó en la Ensenada de Barragán a las 10, sin la menos oposición, no se veía ningún semblante hostil".

"Las tropas para pasar la noche, se apoderaron de un pequeño fuerte que se encontraba abandonado completamente, así como de las cosas y de los ranchos del pueblo. Descansad ahí, mis bravos compañeros y preparaos para la fatiga de una campaña que aunque de corta duración, abundó en tantas penalidades, dificultades, privaciones, como no las recordarán ni los más viejos y más probados oficiales del ejército".

"A eso de las nueve de la mañana -sigue el diario- del lunes 29, las tropas formaron para avanzar, y a esa hora empezaron la marcha; cuyas primeras cuatro millas se hicieron casi completamente a través de un pantano lo más horrible, pues sólo en cortos espacios el suelo tenía una solidez casi natural, y el agua apenas cubría más que la suela el botín, cada uno, en este intervalo, felicitaba al otro por haber superado la dificultad, sin darse cuenta de que en breve volverían a sumergirse en otro pantano más hondo. A cada paso, nos hundíamos hasta las rodillas, y algunas veces aún más arriba".

"La cabeza de la columna estaba casi fuera del pantano a las doce".

"Se tomó posición sobre una altura que dominaba los alrededores, de donde las tropas ligeras habían desalojado unos sesenta enemigos, que estaban colocados sobre nuestro frente, como a unas dos millas. El terreno sobre el cual últimamente descansamos, era bueno para la marcha, teniendo solamente un arroyo o riachuelo que lo cruza; que nos alcanzaba hasta las rodillas o poco más"

Y continúa el oficial inglés relatando en su diario:
"Un poco de ron les hubiera sido muy provechoso a los soldados, y no les faltaba la esperanza de recibirlo, dado que una comisión al mando de dos oficiales, había quedado atrás para mandarlo de la costa, no habiendo sido desembarcado hasta la misma mañana en que el ejército se puso en movimiento; pero debido a la ardua tarea de traerlo a través del pantano, su llegada esa noche se hizo imposible. No fue este el desastre más serio causado por el pantano, porque no obstante que fueron enviados adelante cuadrillas con facinas para rellenar algunos de los pasos peores, sin embargo, resultó imposible hacer transportar los cañones de seis libras, y después de todos los esfuerzos, hubo que elevarlos y dejarlos, perdiéndose también una cantidad de munición y otras provisiones".

"Teniendo a nuestro servicio unos paisanos o campesinos procurados por Mr. White, fueron enviados por la mañana a buscar ganado para las tropas, para conseguir lo cual ellos tienen una manera peculiar. Generalmente van dos personas montadas en caballos bien enseñados para el efecto, y llevan consigo lazos que están formados por cuatro tiras de cuero que sacan de los animales y trenzan del grueso de la circunferencia del dedo meñique de un hombre y de un largo de 20 a 25 yardas".
Prosigue el relato señalando un hecho que hoy despierta toda nuestra atención, al continuar el oficial inglés con su prosa diciéndonos:

"La persona que voluntariamente ofreció sus servicios para ser nuestro guía, era un norteamericano de nacimiento, pero que había residido mucho en Buenos Aries en circunstancias prósperas. Sin embargo se sintió apegado a la causa inglesa y la favoreció desde el principio".

Continuando más adelante nos cuenta el diario del oficial inglés:
"Los soldados no estaban de ninguna manera disgustados con la demora, porque a causa de esto, obtuvieron su ración de ron".
"Ese día, nosotros avanzamos según cálculos, unas seis y ocho millas, por uno de los llanos más lindos que jamás yo he visto; la perspectiva estaba solamente limitada por el horizonte, exceptuando una que otra eminencia, teníamos el río a la vista a nuestra derecha; la yerba era abundante fuera de toda ponderación, y compuesta principalmente de trébol, y la campiña estaba cubierta de rebaños y tropillas sin número. La avanzada tuvo algunas guerrillas con, no sé cómo llamarlos, soldados por su apariencia no parecían, y dudo mucho que estuvieran a sueldo; pero más bien creo que fueran ladrones que infestan la campaña en gavillas, o indios errantes. Acostumbraban tirar unos tiros sin puntería y después disparan a todo galope. Aquí, nos hubiera sido de gran utilidad una fuerza de Dragones montados, pero desgraciadamente, no teníamos ninguna, exceptuando escoltas y ordenanzas para los Generales, uno de cuyos ordenanzas fue enlazado cuando llevaba una parte de una columna a la otra. Un oficial del 36, también se salvó de milagro. Estando a corta distancia en la retaguardia, un individuo a caballo se le aproximó y le tiró el lazo, pero afortunadamente sólo le volteó el sobrero; recogió entonces el lazo y lo lanzó una segunda vez, con igual precisión, pero cuando el lazo estaba por caerle encima de su cabeza, él, con gran destreza, lo apartó con la espada y después trató de hacer su camino lo mejor posible para alcanzar su columna. El jinete, apuntándolo con el revólver, hizo caer el gatillo, que no dio fuego, y estando casi al alcance de los tiros de la retaguardia, después de este fracaso, se alejó".

"Habíamos adelantado unas dos millas, cuando sobre una eminencia, al lado de un terreno pantanoso, se vieron varias partidas del enemigo; se dio la orden al cruzar el pantano de dejar las frazadas, ya con el fin, según yo supongo, de acelerar el movimiento de las tropas ya con el de aliviar de alguna manera al soldado, sabedores de la fatiga que él había experimentado".

"Aunque todavía no había empezado la primavera" (Debemos recordar que era pleno invierno en este hemisferio) llama la atención del oficial invasor que: "el pasto y las yerbas eran increíblemente lozanas y la producción del suelo abundante fuera de toda ponderación. Si estas pampas de Buenos Aires -agregaba-, estuvieran en poder de los ingleses unos pocos años, ciertamente podrían ser llamadas el jardín del mundo. A pesar de los esfuerzos del enemigo, para alejar el ganado y ponerlo fuera de nuestro alcance, se veían con todo innumerables hatos de ganado y tropillas de caballos que corcoveaban por las pampas, y el aire estaba lleno de pájaros de toda especie, cazas de todas clases desde el faisán hasta la becacina, y las aves que entre nosotros son domésticas allí son libres habitantes del aire, tales como el pavo, el pavo real (seguramente se referiría al chajá), el ganso, etc.

Y como dato curioso, agregaría más adelante el relator:
"Cuando llegamos a la aldea de la Reducción (así llamada siendo el sitio donde desembarcó el General Beresford, de otra manera Quilmes) pasamos por tierra arada, la primera que yo había visto."

Páginas más adelante confesará que el avance no fue fácil, y para corroborar esto nos cuenta:
"Hoy un artillero fue enlazado a la vista de la columna. Uno o dos Dragones (estos villanos estaban defendiendo sus posesiones del invasor, que eran justamente los integrantes del ejército al cual pertenecía el artillero muerto y el relator de la historia) quienes entonces los apuñalaran y desaparecieron."

Carlos Alberto Moncaut